Hoy es el día en el que hemos regresado, fuimos expulsadas después de siglos en los que fuimos parte importante del sustento de los seres humanos, permitiendo que estos se adaptaran a los territorios que iban habitando, moldeando la naturaleza en un puzzle armónico donde especies y ecosistemas se conjugaban bajo la dirección maestra de los ganaderos y ganaderas a las que pertenecíamos.
Hubo un tiempo, antes de que se hablara de la globalización y el poder de los mercados, en el que junto a nuestros dueños y dueñas dábamos forma al paisaje; aprovechando los recursos naturales, producíamos leche, queso, huevos, carne, cuero, etc. Eran tiempos en los que manteníamos el monte y el campo libres de incendios, y los ríos libres de maleza para que el agua pudiera correr desde sus cabeceras. Todo ello, bajo la experta batuta humana, atenta en mantener el equilibrio entre bosques y campos de labor, entre animales y plantas, entre herbívoros y depredadores, integrando la naturaleza en un todo armónico con las personas dentro de ella.
Pero la búsqueda de cada vez más altos y rápidos rendimientos económicos, el aumento de la población y el cambio global de los mercados, con la dirección marcada por expertos consultores llegados de la ciudad, provocó que sólo se supieran ver los productos tangibles que se podían llevar a las ciudades. Poco a poco, nosotros, los animales, fuimos confinados en cercas y recintos donde poder controlarnos a costa de nuestra salud. Los expertos en economía dieron su veredicto y los científicos y expertos de la ciudad hicieron suyo el objetivo de producir, producir al menor coste unitario, producir el alimento para suministrárnoslo, aumentar la productividad inseminándonos artificialmente, evitando cualquier movimiento que supusiese gasto superfluo de energía, quitando el cereal de consumo humano para alimentarnos en la mayor cantidad y menor tiempo posible, usando productos químicos, roturando las mejores tierras y abandonando el resto… Y así, poco a poco, los pueblos que gravitaban alrededor de la ganadería extensiva se fueron vaciando, y con ellos nosotros también fuimos desapareciendo, lo que provocó que los pastos se embastecieran y el monte abandonado se cubriera todo dejando paso al fuego.
Unas especies crecieron y otras muchas dejaron de existir, entonces la armonía de antaño se convirtió en desequilibrio y disonancia. Mientras tanto, gracias a la modificación genética de la producción, al sacrificio de nuestro bienestar, a la pérdida de los espacios naturales, de la biodiversidad y, sobre todo, de la racionalidad, los cerdos que producían 20 lechones pasaron a producir 355 y las vacas que antaño producían 3.000 litros al año pasaron a dar 14.000. También se multiplicaron por dos los terneros que se engordaban en reducidos espacios, con alimentos producidos con químicos que quemaban la tierra que los producía, y los excrementos que siempre fueron fertilizante para la tierra, al concentrarse en inmensas cantidades en puntos concretos, contaminaron las aguas subterráneas. Cuando nos confinaron a todos los animales en el menor espacio posible, enfermábamos más frecuentemente, y el científico experto añadió antibióticos de forma preventiva, lo que nos produjo resistencia a los antibióticos, tanto a nosotros como a las personas, y la presión microbiana se fue haciendo insoportable y algo sucedió porque algunas bacterias y virus mutaron, y saltaron la barrera que siempre habían existido entre nosotros y los humanos, y aparecieron lo que los científicos llamaron zoonosis transmisibles, que resultaban ser letales para los humanos porque no tenían defensas frente a esos virus ni bacterias.
Y en algún momento alguien se preguntó si había otra forma de hacer las cosas, de recuperar la armonía con la naturaleza, de combinar tradición y modernidad, para producir de una forma sostenible y saludable, respetándonos a nosotros y al medio ambiente, y, también, claro está, de forma eficiente. Otra manera de entendernos, en la que la ganadería no se valore sólo por las cantidades que produce, sino también por las bondades que aporta como son evitar los incendios o recuperar y mantener la variedad del paisaje, entre otras muchas. Y vieron que era posible, que para ello debían recolonizar el campo y rehabilitar los pueblos, rebuscando las especies que se adaptaban a cada entorno.
Vaya, han tenido que darse de frente con el problema para recurrir de nuevo a nosotras. ¡Cómo son los humanos! Hoy, en el año 2050, es el día en el que hemos regresado de nuevo al territorio para hacer de nuevo nuestro trabajo, aunque no sabemos si será demasiado tarde.
Autores: Miguel A. López Peña de Monte de Estós y José A. Sancho de Ixoriguè. Con la colaboración de Rosa Mosquera y Lara Barros.
Completamente de acuerdo, ahora nos seguirá faltando presentar nuevas soluciones que reconduzcan el desastre de tantos años.
Felicidades
Había q meter esto en la cabeza de verdes , ecologistas , animalistas , urbanita y panistas , q hablan de lo no saben